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ALTERNATIVO,ESOTERICO Y ESPIRITUAL
http://www.biotecnic-aliciabarra.com
28 de Agosto, 2009 · NOVELAS.

EL ÁRBOL DE SAMUEL



El árbol de Samuel

   Mª del Carmen Criado Yagüe

 

El árbol de Samuel nos reta a encontrarnos con nosotros mismos, y a modo de aventura hace que poco a poco se corra el velo que cubre nuestros ojos,  permitiéndonos así modificar la realidad de nuestra existencia, alcanzando la otra orilla de nuestro  propio Yo.

 

Con esta obra los lectores se encontrarán con el lado recóndito de ellos mismos, haciendo de ella un itinerario que nos llevará a descubrir el verdadero sentido de la vida. El misterio bullirá sin cesar, atrapándonos, transportándonos hacia lo más profundo de nuestra conciencia.

 

A veces nos preguntamos por qué vivimos sumidos en conflictos que parecen no tener fin, y que nos mantienen frustrados y confundidos.

 

Preguntas, y enseñanzas son abordadas en este libro y nos permitirá salir unos momentos del mundo sobrecargado e introducirnos en el silencio del interior a través de una gran perseverancia y sabiduría, hasta hacernos fluir en nuevas sensaciones.

 

El árbol de Samuel es sencillamente un reencuentro con nuestro ser. Nos ayudará a encontrar nuestra verdad y ayudar a otras personas a encontrar su propia Verdad.

 

Editorial: Ediciones Amaniel

http://www.edicionesamaniel.com

SBN-13: 978-84-936295-3-3

Editorial: Ediciones Amaniel

 

Título: EL ARBOL DE SAMUEL: 15 EUROS

(Gastos de envío incluidos)

 

Pedidos al correo: mihechizo@hotmail.com

O también se pueden pedir directamente a la editorial


http://elarboldesamuel.edicionesamaniel.com

 


 

El árbol de Samuel nos reta a encontrarnos con nosotros mismos, y a modo de aventura hace que poco a poco se corra el velo que cubre nuestros ojos,  permitiéndonos así modificar la realidad de nuestra existencia, alcanzando la otra orilla de nuestro  propio Yo.

Con esta obra los lectores se encontrarán con el lado recóndito de ellos mismos, haciendo de ella un itinerario que nos llevará a descubrir el verdadero sentido de la vida. El misterio bullirá sin cesar, atrapándonos, transportándonos hacia lo más profundo de nuestra conciencia.

A veces nos preguntamos por qué vivimos sumidos en conflictos que parecen no tener fin, y que nos mantienen frustrados y confundidos.

Preguntas, y enseñanzas son abordadas en este libro y nos permitirá salir unos momentos del mundo sobrecargado e introducirnos en el silencio del interior a través de una gran perseverancia y sabiduría, hasta hacernos fluir en nuevas sensaciones.

El árbol de Samuel es sencillamente un reencuentro con nuestro ser. Nos ayudará a encontrar nuestra verdad y ayudar a otras personas a encontrar su propia Verdad.

 

LA AUTORA:

 

María del Carmen Criado Yagüe,  (Málaga 1963).

Es Profesora de Educación Especial, poeta, escritora, bailarina de Danza Oriental y una gran variedad de enseñanzas dentro de las denominadas Terapias Alternativas

 

Desde hace 26 años reside en la localidad de Coín. Aunque son muchas y muy variadas las actividades que lleva a cabo en su vida diaria  lo que realmente le apasiona es su actividad literaria, la cual comenzó hace mucho.

Ha escrito en algunas ocasiones artículos, no solo de carácter literario, sino también de actualidad para varias revistas y periódicos, como también  en algunos espacios de literatura a través de Internet.

Desde su época del Instituto hasta este momento, ha escrito poesía, relato corto y novela.

Ha ganado algunos premios en poesía y le han publicado varios poemas, entre ellos “Dulce espera” publicada por la editorial Centro poético. El  poemario “ Mi Inspiración eres tú” Editorial Diedycul y la novela “Alma de payaso” Editorial ECU.

 

EXTRACTO DE LA OBRA:

 

Capítulo 1

 Cuando el amanecer baña su rostro con los primeros rayos, Samuel tiene  un instante tan especialmente bello, que lo reconoce como único, y da gracias al Universo por el privilegio de estar viviéndolo. Se regocija cada mañana en este lecho dorado, como hábito que da la bienvenida a su nuevo día, adivinando a través de ello los secretos más ocultos, notando como despierta algo dentro de él, y a veces, quizás con demasiada frecuencia, se queda embelesado mirando a lo lejos, al otro lado del cielo, agudizando los sentidos para que le permitan intuir en lo que ve alguna historia. Evapora  su ser contemplando la energía que del sol se desprende en su armónico girar,  quedando absorto al descubrir  la majestuosidad de lo no  habitual.

Hay muchas personas que no entienden que él no necesite viajar, que siempre haya permanecido en el pueblo, y es que este aire que inhala, es su viaje favorito. Para Samuel esto es la divinidad sin forma, envuelta en las enseñanzas de la vida que lo trasladan a un laberinto de aromas, suspendiéndolo en el no tiempo.        

Aún persisten en su piel las agradables sensaciones, y guarda en su archivo interno los recuerdos antiguos con una lucidez, con una claridad tan grande, que en estos momentos le parece estar allí, donde ocurrieron los hechos, y se estremece  junto al anhelo vehemente de todo lo vivido.

Después de tanto tiempo llega a su memoria aquel día en el que su padre lo llevó por primera vez de excursión.

Desgranaban los primeros días de primavera. Paseaban por el campo plácidamente, padre e hijo, conversando bajo el cielo azul, el verde del bosque y lo frondoso de los árboles, Samuel se sentía feliz de caminar junto a  su padre contemplando todo aquello.

—Samuel te voy a mostrar algo, pero antes debes prometerme que lo que vas a ver será un secreto entre tú y yo, debes prometérmelo sin dudar. —Le dijo.

—Sí papá, te lo prometo. —Contestó convencido e intrigado.

Samuel era un chico de casi catorce años moreno, no muy alto, delgado y de rasgos profundos y exóticos.

Se sentía muy unido a su padre, su madre murió al nacer él y fue su padre quien  lo cuidó, crió, y le dio todo su amor,  aunque a pesar de todo ello Samuel pensaba mucho en su madre  y por las noches pasaba largos momentos mirando el cielo para ver si la encontraba bajo alguna estrella fugaz, al tiempo que le contaba todo lo que le ocurría; si estaba triste o alegre, cuando se enfadaba con su amigo, cuando leía algún libro etc. Compartía con ella todos sus momentos, porque de lo que sí estaba seguro era de que en cualquier lugar donde se encontrara, lo escuchaba, aunque  no pudiera verla, él sentía que lo oía, pero aunque estaba seguro de ello, a veces lloraba por no saber cómo era su rostro, por no tenerla cerca, por no poder sentir sus besos, tan solo respiraba su aroma, aunque pueda parecer extraño, esto sí era algo que recordaba.

Samuel y su  padre,  vivían en una pequeña casa de un pueblo en pleno  campo apartado de la ciudad. Era un pueblo bastante tranquilo y pacifico.

Junto a la iglesia, situada  en la plaza, se encontraba su casa y justo a unos pocos metros había una antigua biblioteca, con unos libros antiquísimos que era donde Anastasio, el padre de Samuel,  trabajaba desde siempre. Así que se puede decir  que creció  junto a su padre y entre libros, enormes cantidades de libros, dispuestos en grandes estanterías que llegaban al techo.

Anastasio disfrutaba con su trabajo, lo hacía con tanta  pasión que decía que eso no era trabajar, siempre fue un buscador del sentido de la vida. Los libros según él, le ayudaban en su búsqueda, adoraba sus historias y su oculta sabiduría, aunque su hijo siempre pensó que los libros eran la medicina que curaban su vacío, un rumor perpetuo que se escurría por su valle interior, cubriéndolo en un danzar pensativo que lo mantenían ocupado.

Siempre tuvo esta inclinación a buscar, cuando Samuel  era un niño muchas veces se preguntaba, qué era lo que su padre buscaba con tanto empeño.

Fue creciendo junto a esta inquietante búsqueda. Primero su  padre, y después él.

Su existencia seguía fluyendo, un tanto dudosa, acerca del verdadero sentido de la vida.

Algunas de estas dudas, conforme iba creciendo, fueron tomando distintos caminos y él, un buscador como su padre, buscó ilusionado en cada rincón, en cada amanecer, en cada susurro de viento, atravesando el tiempo y el espacio para unirse mas allá de su imaginación, junto a ese mundo con el que siempre soñaba estando despierto, porque la felicidad espera a aquellos que sueñan, solo hace falta entregarse a esa nueva ilusión no poniendo límites a las sensaciones.

Las experiencias, a medida que se fueron manifestando, hicieron que Samuel fuese descubriendo otros aspectos de él, un tesoro  de incalculable valor donde todo se conjuga, para que pueda colocar una pieza más de su mágico puzzle.

Hoy, sólo intenta cultivar el sosiego interior, porque  a veces también se siente frustrado y confundido ante muchas cosas; y es que aún no  ha logrado trazar entre la vida y él, un canal que lo haga insensible; quizás ese amor por los libros era porque lo  trasladaba a otro lugar, donde podía dar vida al mundo que deseaba, el mundo perfecto. Detrás de cada historia se encontraba, defendiendo a capa y espada sus ideales, que no era más que crear un mundo mejor, en el que todos viviéramos en armonía.

La  biblioteca le fascinaba, todo aquello le parecía como de cuentos, le encantaba ese lugar lleno de polvo, incluso de telarañas que la hacía  más misteriosa, repleta de amigos invisibles de todas las épocas y de todos los lugares del mundo, no tenía que viajar, ni añoraba hacerlo; porque aquello se convirtió en su gran viaje, un viaje que hacía a diario con verdadera pasión.

Samuel, y su padre Anastasio, siguieron caminando bajo las sombras de los árboles, estos cada vez eran más y más numerosos, algunos formaban una especie de cueva en la que se tenían que agachar para poder pasar al otro lado.

Anastasio ya estaba mayor, casi parecía un abuelito y se daba con las ramas porque la mayoría no las veía, él se reía y Samuel también.

Entraron en  una zona que estaba en tinieblas, aquello era espectacular, los árboles languidecían como si fueran lianas, serenos, como dibujando el camino. Se balanceaban con la brisa levantada indicando hacia la derecha y hasta allí se dirigieron, pasando por algunas manchas dispersas de flores, que se desperezaban emergiendo con su disfraz multicolor en tonos pastel.   

Llegaron a una gran cortina hecha por dos enormes sauces llorones, la atravesaron como si fuera una puerta que llevaba a otra dimensión desconocida.

Samuel siguió  a su padre a través de aquel camino angosto, la claridad del amanecer cada vez se perdía más, y ya apenas se vislumbraban algunos rayos, que  como lanzas sesgadas y luminosas se filtraban  entre los árboles pasando de largo, sin llegar a rozar el suelo.

Fi­nalmente, Anastasio se detuvo frente a un  montón de piedras  llenas de musgo por la humedad, junto a ellas había un gran árbol. Su silueta era como una imagen fantasmagórica sacada de los libros de terror y ficción, sus múltiples brazos se dibujaban con trazo irregular bajo una cabellera de hojas muertas, sobre piedras humedecidas y verdosas con tacto aterciopelado y brillante.               

—Samuel, lo que vas a ver hoy no se lo puedes contar a nadie, ni a tus amigos.

—Sí papá, sí.

—Debes prometérmelo —Insistió.

—Te lo prometo —Contestó Samuel con voz cansada, por la insistencia de su padre.

—Buenos días. Este es mi hijo Samuel —Anun­ció Anastasio.

Samuel miraba a su alrededor preguntándose a quién le hablaba.

—Algún día él tendrá que iniciarse, así que pensé que ya tiene edad para conocer este lugar, y usted dirá cuando está preparado para comenzar el viaje.

Samuel seguía observando preguntándose.

—Pero si sólo estamos él y yo ¿a quién le habla, a quién van dirigidas las palabras de mi padre? .Habrá perdido la cabeza con tanto leer las historias de los libros o de llevar solo tantos años.

Y de pronto… Un murmullo se aproxima con lentitud, pasan unos segundos, sus ojos permanecen en estado catatónico.

El árbol, por la parte derecha de su tronco abre una  entrada y con un leve asentimien­to de sus hojas, como un brazo balanceándose hacia dentro y fuera, les invita a pasar.

—¡Papá mira, papá! —Gritaba el chico exaltado.

Anastasio se puso un  dedo en los labios, indicándole  a su hijo que debía guardar silencio.

Una penumbra azulada salpicada de tonos amarillentos verdosos con olor a cerrado lo cubría todo, siguieron un pasillo de tierra con zonas embarradas por la gran humedad emergida del suelo, junto a paredes llenas de musgo resbaloso y raíces, algunas cuajadas de verdes hojas, otras tan solo raíces entrelazadas totalmente desnudas, que se perdían en la inmensidad del interior del árbol, como si se arrastraran buscando un cálido abrazo. Llegaron  a un círculo oscuro, yacía bajo una especie de enorme ojo que coronaba el árbol acu­chillado por haces de luz que pendían desde lo alto atravesándolo y dando algo de claridad al círculo, como antorchas brillando y titilando en el cielo nocturno.

Había pequeñas cuevas en torno a  él, como cuencos de forma irregular por los que se vislumbraban túneles, indicando viajes infinitos a través de ellos.

Samuel miró a su padre boquiabierto, mientras daba vueltas por el entorno para que su vista no perdiera detalle alguno. Él le sonrió, guiñándole un ojo.

El misterio de todo aquello bullía sin cesar, atrapándolo en un murmullo de pronto interrumpido.

—¡Samuel bienvenido al árbol de la sabiduría!— Anunció una voz que no sé sabe de dónde salía, del corazón de árbol se imaginó.

—Este lugar es mágico Samuel, es el alma de la vida —Dijo su padre, con voz suave.

—¿Crees que vas a poder guardar este secreto?

Su mirada se perdió en la inmensidad de aquel lugar, en su luz sobrecogedora y misteriosa. Asintió y su padre sonrió.

— ¿Y sabes lo mejor? 

Samuel negó con la cabeza guardando un silencio sepulcral.

—Que aquí seguro que algún día podrás incluso ver a mamá.

Se puso tan nervioso al oír aquello  que comenzó a dar vueltas sintiendo el tacto de sus raíces, por toda la magia que lo envolvía, sin saber aún qué era todo aquello, pero feliz se transportó a lo más profundo de su conciencia.

De pronto llegó a su mente, sacándolo del estado en el que se encontraba, que aquello, lo que le estaba ocurriendo, era algo fantástico que parecía estar soñándolo. Era como tener el universo en sus manos, al menos así se sentía; como si estuviera en otro mundo, no podía ni imaginar que al salir de allí, fuera de aquellas raíces hubiese mundo, civilización. El destino; su destino sin duda alguna le había regalado el más grande regalo, que asomaba por aquellas cuevas y casi podía traducir su silencio en cuentos fantásticos, en mensajes que ardían dentro de su corazón entusiasmado, jamás hubiese imaginado algo parecido, ni siquiera en los libros de la biblioteca, aquello escapaba a toda lógica, a todo cuento, a toda fantasía y por supuesto a toda realidad.

En ese momento el árbol habló.

—Me parece muy bien que traigas a tu hijo, amigo Anastasio. La infancia es la época más mágica de la vida. Es considerada la creación más bella porque enriquece el alma en su totalidad con todo su vigor y alegría.

El niño es un buscador muy especial, actúa abiertamente, viviendo en cada momento una realidad totalmente espontánea, por eso siempre encuentra sin necesidad de iniciar búsqueda alguna.

En su recorrido, la velocidad del tiempo no cuenta, se vive el instante, el momento presente, libre y despreocupado.

Este, amigo mío, es un camino que va directo, sin embargo al crecer se establecen normas que hacen que os apartéis de él, comenzáis a coger otros caminos, y dejáis  de ser tan auténticos para que los atajos escogidos os lleven a tener más y más poder, una frenética carrera que hace brotar la envidia, el orgullo, la vanidad, la hipocresía, etc.

Unas reglas de risa que dan pena, un patético ejercicio de la vida éste, que os hace moveros por inercia, con el corazón frío y distante.

Estaba sumido en sus pensamientos escuchando al árbol cuando una nube de pequeñas estrellas doradas le rodeó y su padre le dijo que el momento de marcharse había llegado, con una sonrisa se despidió, y entre el hechizo de la atmósfera caminaron hacia la puerta.

En el camino de vuelta, su padre le decía que de vez en cuando irían al árbol para que lo impregnara  de su sabiduría, él lo acompañará hasta que deje esta vida, después tendrá que seguir solo.

Paseaban y su padre  hablaba y hablaba, mientras, por la acera de la mente de Samuel discurrían mil preguntas, se sentía desconfiado y miedoso, pero no dijo nada, no sabía hasta que punto quería vivir ese tipo de experiencias, que al parecer cambiarían su vida.

—¿De qué se trataría ese viaje, porqué tenía que adquirir sabiduría? —Se preguntaba.

Su padre seguía hablando, mientras Samuel permanecía con su diálogo interno.

—Que misterioso es todo esto. En qué se supone que tengo que ejercitarme. Pero si no tengo nada que aprender, soy feliz, sonrío constantemente, juego con mis amigos, aprendo en el colegio, algo que me gusta mucho aprender, y además los libros de la biblioteca, que me proporcionan una  nave espacial de sueños, en la que me doy un paseo cuando quiero, viviendo aventuras sin límites.

De acuerdo, a veces, no todo es fantasía, no siempre luce la alegría, también de vez en cuando hay tormenta; me enfado, lloro y lo paso mal, pero cuando esto sucede llamo a mi compañera de fatigas la tortuga Amelia, en la que me protejo hasta que sale el sol —Se decía.

A Amelia la sacó de un libro, desde entonces siempre lo acompaña, es una tortuga que a menudo viaja por su mente con juegos de palabras, que  hacen volar su imaginación hasta hacerle comprender.

Su amiga tortuga tenía muchos años, según le dijo ella un día que le preguntó, aunque él ya lo intuía porque era muy sabia y parte de esa gran sabiduría es dada por los años, su  padre siempre le dice que escuche a la gente mayor, que así aprenderá mucho porque ellos tienen más años y han  vivido más experiencias.

Sus pupilas debían de tener un matiz un tanto ido porque su padre se dio cuenta de que no estaba escuchando, alcanzando su desconcierto y  refunfuñar le dijo, parándose junto a un chopo mecido por la brisa levantada.

—Samuel debes seguir el río de la vida y que ascienda por ti hasta fluir en nuevas sensaciones.

La vida es cambio constante, con espíritu  aventurero tenemos que vivir las experiencias que nos toque en cada momento, esta es la razón que cada día te dará fuerzas para seguir adelante, porque cuando las hayas vivido, el análisis de tus experiencias te llevará a un mayor conocimiento de tu propio ser.

Samuel lo miró a los ojos y le dijo:

—Papá, entiendo lo que me dices pero he de confesarte que  a veces tengo miedo de caminar, entonces quisiera retroceder y quedarme donde estaba pero tampoco puedo, me siento como un cobarde que no quiere enfrentarse a la situación que aparece en ese momento.

Lleno de dudas y desasosiego intento cambiar los pensamientos, rebusco y rebusco en mi cabeza, intentando encontrar otros que me convenzan, dándome valor y confianza, entonces hago como un juego que me inventé, pienso que no soy yo, doy vida a un personaje que haga de mí y lo observo desde fuera, pero incluso así me cuesta mucho superar las barreras del miedo y no sé qué hacer.

—Samuel no debes luchar tanto contra ti mismo, renuncia a tanta  lucha y déjate fluir, verás que cuando seas capaz de eliminar el miedo y enfrentarte a las cosas, como todo será mucho más fácil.

Las experiencias son las que te darán un mayor conocimiento.

Le dio la dosis justa para que el rumor de sus dudas desviara su rumbo y aceptara las enseñanzas del árbol.

Su elección fue someterse  al desafío de vivir aquellas experiencias que forjarían su persona. Descubrir las respuestas a sus incógnitas, trazando un pasaje de buenos pensamientos y acciones en este mundo tan desgastado y viciado, un mundo  emocionalmente delirante que necesitaba urgentemente restaurar los valores perdidos.

El árbol relataba la historia del ser en busca de su existencia, una búsqueda que se transforma a menudo en algo absurdo, luchando siempre en una batalla perdida, en la que se camina hacia atrás en vez de hacia delante, los minutos y las horas se deslizan con muy poco provecho y la vida se convierte en una odisea sin descanso que se recorre jadeando, porque en muchos momentos falta el aliento para continuar.

Horas más tarde, en su cama, Samuel se sentía atrapado en todo lo que había experimentado, apenas advirtió  las campanadas de media noche de la iglesia.

El mar de sus pensamientos se agitaba salvajemente, junto al sonido de las olas oscuras que lo atrapaban.

Ente­rrado en la luz que proyectan las estrellas, se su­merge en un mundo de fantasía, sensaciones, e imágenes como ja­más había conocido.

Se le aparecían caras tan reales como el aire que respiraba, o como los luceros que estaba contemplando; ojos acuosos, otros  pequeños, profundos y verdes lo observaban, como luces parpadeantes golpeaban sus pupilas.   

Ensimismado en todo esto, se fue deslizando hacia la fantasía, la aventura, el misterio, como en espiral lo iba absorbiendo sin  poder frenarlo, ni quería hacerlo, deseaba que todo aquello lo envolviera.

Sin darse cuenta los primeros rayos le cegaron, al estrellarse el fogonazo en sus ojos cayó rendido, escuchando como resbalaban las gotas del tejado, dejadas por la humedad de la noche.

Definitivamente aquello lo marcó, aquel árbol se esculpió en su alma y lo acompañaría toda la vida.

Al despertar se levantó anhelante, preguntándose qué estaba sucediendo. Le costó entender la sensación extraordinaria en la que se hallaba, causada por lo mágico del destino. Aún era un  niño, pero con una madurez mayor a la de muchos  adultos.

Prometió no revelar a nadie su fantástico secreto, sin embargo lo primero que deseaba esa mañana era decir a voces su descubrimiento, subir al campanario y tocar fuertemente la campana para que todos acudieran a escuchar su historia.

Sobre todo a su mejor amigo David, a él también le gustaba todo lo fantástico, siempre estaba buscando tesoros e inventando cosas, que no servían para nada, pero se divertían y se reían muchísimo, lo que más resaltaba de David era su risa; se reía de una forma muy peculiar. Él, al igual que Samuel era un niño delicado y sensible, amante de los libros y la música. Adoraba la paz y la tranquilidad, perderse en la inmensidad del bosque y disfrutar de la soledad que siempre le acompañaba. La familia de David  vivía de su producción de cebollas, lechugas, patatas y ajos. Era una familia grande, donde se ayudaban los unos a los otros .David siempre que podía hablaba de su abuela, con ella aprendió a conocer las estrellas, a ponerles nombre a cada una. Según su brillo así las apodaba, con nombres un poco extraños para ser estrellas, puesto que utilizaba nombres de flores, como por ejemplo: Azahar, Amapola, Lirio o Nardo.

David decía que las estrellas, al igual que las flores, tenían un lenguaje propio y que cada una podían transmitirnos un mensaje diferente y que cuando decenas de esas imágenes fugaces iban y venían en torno a él, símbolos extraños se plasmaban en su mente, para después, en una combinación de palabras, transformarse en mensajes que le inspiraban a soñar, que era con lo que más disfrutaba.

Así que Samuel se imaginaba la cara que pondría si le contara su secreto, pero tenía que mantenerse fiel a su promesa, un secreto no se puede decir, así que tragó toda esa emoción, toda la algarabía que sentía dentro de sí para mantenerse fiel a su promesa.

 Cuando llegó su padre le preguntó entusiasmado si irían al árbol.

—Sí Samuel, esta tarde iremos de nuevo.

—¿A qué hora papá?

—A las cuatro —Contestó.

Y hasta esa hora vivió adherido al reloj.

—Padre son las cuatro —Dijo emocionado.

—De acuerdo, pues en marcha.

Fueron charlando bajo el  cielo pálido, la brisa fresca y agradable que soplaba suave y delicada.

Llevaban largo rato caminando cuando de pronto  la atmósfera se transformó por completo. Las copas de los árboles eran más verdes que en ninguna otra parte, los pájaros trinaban más armoniosamente que nunca, las flores en cada soplo de brisa, eran un estallido de color en movimiento. Una energía con aroma a lirios silvestres comenzó a devorar lentamente las palabras, aunque no para Samuel que intentaba afanosamente que su padre le contara cosas acerca del árbol, por ejemplo cómo lo descubrió, pero Anastasio hacía como que no lo escuchaba, ensimismado en todo el entorno.

—Mira Samuel, observa la maravilla de la naturaleza, esta energía que emana al ritmo del Cosmos, toda ella es el instrumento más motivador para apreciar la vida.

—Sí papá, es todo tan hermoso y ofrece tanta paz.

—Cuando existe serenidad, hijo, el conflicto desaparece y una vez más se demuestra que el conflicto está en nosotros.

—Papá, cuando estamos en contacto con la naturaleza nos sentimos como si nuestro cuerpo no tuviera materia, parece como si el vapor verde nos anestesiara.

—Ja, ja, ja, ja, ja— Ambos soltaron sus risas llenas plenitud y ausente de necesidades

—La humanidad, Samuel, sigue atada a instintos primarios que les impide poder contemplar la vida en términos exclusivamente de poder, así que se deja poco espacio a planteamientos metafísicos y por supuesto para salir unos momentos del mundo sobrecargado e introducirse en el silencio del interior a través de todo esto.

La sinfonía de toda esta belleza de inmediato lo armonizó, alejando de su mente las preguntas.

Esto provocó en Samuel que junto a su padre, se impregnara de todo el aroma verde que penetraba en su ser uniéndose a su esencia.

Cuando estuvieron cerca, la conversación lentamente se fue desvaneciendo, las nubes habían resbalado del cielo y los caminos  yacían sumergidos bajo una laguna de neblina blanquecina con franjas grisáceas.

De pronto el silencio sepulcral se rompió con un estruendo. Del espacio surgió un haz de luz blanca, que en décimas de segundo cruzó el cielo y se posó encima de sus cabezas. El rayo brilló, cegándolos durante unos momentos, después empezó a perder gradualmente su fuerza, hasta que se pudo distinguir en su interior una silueta, la silueta del árbol esperando su llegada.

—Aún está ahí— Decía Samuel, maravillado.

—Ja, ja, ja— Claro hijo ¿qué pensabas, que lo habías soñado? En ese caso, yo también estaría soñando

—Ja, ja, ja, ja —Volvieron a reir.

Ascendieron por la escalinata de piedras y se deslizaron en silencio hasta la entrada.

Al eco de sus pasos la atmósfera volvió a cambiar repentinamente. Durante varios segundos, Samuel  estuvo como ajeno a su presencia, al poco se abandonó totalmente.

—¿Qué edad tienes? —Preguntó el árbol.

—Casi catorce años —Respondió Samuel de manera impulsiva con las manos metidas en los bolsillos del pantalón, dando a entender que era mayor.

—¿Y usted?—.

El árbol rió a carcajadas.

Temiendo meter la pata, el chico se limitó a permanecer sentado en silencio.

—Anda, acércate— Dijo el árbol.

Samuel se incorporó del suelo y dio unos cuantos pasos con la máxima lentitud.

—Acércate sin miedo, que  no te voy a comer.

—¿Dónde? —Preguntó desorientado.

—Al centro —Contestó el árbol.

Se colocó en el centro permaneciendo inmóvil, casi sin atreverse a respirar. Estaba bastante inquieto debido a la atonía vital que de pronto lo atravesó en un lapso de tiempo que a él le pareció eterno. Sentía un roce como de manos en la frente, en el pelo y en los pár­pados. Tragó saliva, notando que el pulso se le lanzaba.

Al cabo de un rato de perplejidad miró a su padre. Anastasio desde el principio sabía lo que iba a pasar y por ello permaneció junto a él  pero como en estado de meditación,  estaba tranquilo y eso ayudó a Samuel a estarlo  también.

El árbol pronunciaba algunas palabras que no se entendía muy bien, su idioma era como un eco, retumbaba tan fuerte que todo vibraba. Como si se tratase de un terremoto, el suelo se movía bajo los pies del muchacho  balanceándolo, estaba a punto de gritar aterrorizado, cuando el eco fue apagándose lentamente y todo volvió a estar sereno. Más claramente y con suavidad el árbol comenzó a explicarle algo sobre eso que él consideraba cuevas o túneles.

 —Samuel, esto que ves en torno a ti son mis siete vientres, siete, como los siete días de la semana, las siete notas musicales, los siete colores del arco iris y otros muchos sietes que rodean al Universo, en cada uno he fecundado una experiencia que tú tendrás que vivir para aprender de todas y cada una de estas vivencias.

—Vientres, a mí me parecen cuevas —Pensó.

—Pues llámale cuevas, ja ja ja ja —Dijo el árbol.

Samuel estaba desconcertado.

—Podía saber lo que pensaba, leía la mente, tendré que tener mucho cuidado con mis pensamientos— Se decía.

Aunque sus palabras y la suavidad con que eran emitidas lo tranquilizaron; de repente sintió algo curioso, le pareció que aquello ya lo había vivido antes. Esa sensación lo retuvo un instante intentando atisbar algo que le diera una pista de dónde se encontraba. Su padre lo miró admirado, mientras Samuel permanecía  ensimismado contemplando las curiosas cuevas rodeadas por una densa colonia de musgo, un paisaje místico que estimula sus  sentidos alcanzando la belleza suprema.

La tarde comienza a despojarse silenciosamente de sus luces, dejando que la noche se imponga lentamente, como una mancha dispersa en un papel rojizo. Sobre el cielo comienza a recortarse la silueta de la luna cuando salen de nuevo del árbol. El fresco aliento que emana del lugar acaricia sus cuerpos. Anastasio coloca su mano en la  espalda de su hijo reconfortándolo.

—Mañana hijo nos levantaremos como cada día, con nuestro hermoso sol saludándonos, pero tú lo contemplarás de forma diferente a como lo has hecho hasta ahora, porque ya has descubierto que el mundo tiene algo más que ofrecer.

—Estoy deseando descubrir todos esos regalos del Cosmos

—Tranquilo hijo, todo a su debido tiempo, cada cosa tiene su momento, por ello no hay que forzar, sino esperar a que el momento acontezca.

—Sí papá, yo espero, yo sé esperar.

Anastasio sonrió sabiendo lo que le costaba a Samuel esperar, era muy impaciente e impulsivo pero se le veía convencido de que esto iba a cambiar y Anastasio confiaba en que así fuera

—En esta andadura exploramos distintos caminos que nos ayudan en nuestra transformación, pero todos nos conducen a lo mismo, a una búsqueda espiritual que no es  más que el encuentro con uno mismo, no lo olvides hijo, ese es el mayor regalo, encontrarse a sí mismo.

Al llegar a su casa se disponen para cenar.

Samuel colocaba el mantel mientras su padre destapaba la olla para sacar la sopa. Cuando lleva los tazones a la mesa, se sientan uno frente al otro y en silencio comienzan a tomar el caldo caliente que los reconforta de la caminata y del aire fresco que se había levantado.

—Esta noche tienes aire pensativo— Dijo su pa­dre, buscando la conversación.

—¿Te preocupa algo, Samuel?

—No, sólo pensaba.

—¿En qué?

—En el árbol.

En qué iba a pensar, no podía pensar en otra cosa, el árbol ocupaba la totalidad de sus pensamientos, le inquietaba y le fascinaba al mismo tiempo.

Su padre entornó la mirada, como si buscase algo en el aire, palabras, silencios, o qui­zás a su esposa, no se sabe, pero estaba raro.

Sus pupilas se encontraron brevemente. Al terminar, Anastasio se levantó.

—Samuel me voy a la cama que mañana tengo que levantarme temprano para ordenar algunos libros.

—Sí papá, vete a descansar, yo también lo haré, pero antes recogeré la mesa.

Dio las buenas noches a su hijo y se refugió en su alcoba.

Obviamente él quería que lo que tuviera que descubrir, lo descubriera a su tiempo, por ello no quiso iniciar ninguna conversación sobre el árbol durante la cena.

La magia de la vida, languidece entre cúmulos de incomprensión, pero aún algo sobrevive entre los escombros, abriéndose camino ante el desamparo, y eso es lo que voy a descubrir —Se decía.

Samuel exhaló un suspiro  taciturno que lo estremeció  en esta eterna ausencia, retiró los platos, apagó la luz y se marchó  también a su habitación, no tenía sueño, se asomó a la ventana  a observar la noche, que le daba el sueño que necesitaba, el de olvido total.

Formas y sombras cruzan el débil rayo de luz que esa noche emitía la luna, parecía una blanca aguja con destellos plateados enhebrada por el cielo. Samuel se enroscó al hilo azul y despegó disolviéndose por el espacio.

Estaba tan cansado que ni siquiera interrogó a las estrellas, como otras veces lo había hecho.

Se tendió en el firmamento, satisfecho de ser lo que es, y se arropó con las alas de las nubes que le susurraban acariciando sus cabellos.

 

                                        

—Todo está bien, todo es como tiene que ser, descansa ahora.

Cuando el anochecer muestra su hermosura todo es mágico, hay una tenue luz de purpurina azulada que hace que todo cambie de forma.

En el limbo de su inocencia, Samuel se halla entre dos mundos, pero ahora no desea pensar, solo  deslizarse libre, junto a la balada armoniosa de las criaturas nocturnas, que danzan emitiendo un suave resplandor que le hace elevarse aún más lejos, hasta encontrarse en el país de los sueños.

Sus labios de mariposa solo buscan volar sobre esta llanura, escuchando la mágica voz etérea del viento, solo desea eso, ser viajante de ese mundo donde sus sentidos inmóviles esperan detrás de la puerta, sin pestañear, respirando hondo, en silencio.

Y como un árbol taladrado, continúa así, en su rincón, jugando con las estrellas, buscando algo más que un simple existir, con una mente repleta de sueños, de ilusiones, de llantos, sonrisas, pero sobre todo de esperanzas, esperanzas de poder crear un mundo donde poder jugar, amar y ser amado.

Corazones que estén vivos y labios que sean capaces de coordinarse con la voz y articular palabras que sientan de verdad.

Crear un mundo de colores en el que se pueda construir algo distinto y sincero, gratificante y alentador.

¿Acaso sueño? y si es así ¿qué hay de malo en ello?

Me gusta ausentarme en mi sueño y ver cómo pasan las horas en esta ilusión constante.


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publicado por aliciabarra a las 07:53 · Sin comentarios  ·  Recomendar
 
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