
El árbol de Samuel
Mª del Carmen Criado Yagüe
El árbol de Samuel nos reta a encontrarnos con nosotros mismos, y a modo de aventura hace que poco a poco se corra el velo que cubre nuestros ojos, permitiéndonos así modificar la realidad de nuestra existencia, alcanzando la otra orilla de nuestro propio Yo.
Con esta obra los lectores se encontrarán con el lado recóndito de ellos mismos, haciendo de ella un itinerario que nos llevará a descubrir el verdadero sentido de la vida. El misterio bullirá sin cesar, atrapándonos, transportándonos hacia lo más profundo de nuestra conciencia.
A veces nos preguntamos por qué vivimos sumidos en conflictos que parecen no tener fin, y que nos mantienen frustrados y confundidos.
Preguntas, y enseñanzas son abordadas en este libro y nos permitirá salir unos momentos del mundo sobrecargado e introducirnos en el silencio del interior a través de una gran perseverancia y sabiduría, hasta hacernos fluir en nuevas sensaciones.
El árbol de Samuel es sencillamente un reencuentro con nuestro ser. Nos ayudará a encontrar nuestra verdad y ayudar a otras personas a encontrar su propia Verdad.
Editorial: Ediciones Amaniel
http://www.edicionesamaniel.com
SBN-13: 978-84-936295-3-3
Editorial: Ediciones Amaniel
Título: EL ARBOL DE SAMUEL: 15 EUROS
(Gastos de envío incluidos)
Pedidos al correo: mihechizo@hotmail.com
O también se pueden pedir directamente a la editorial
http://elarboldesamuel.edicionesamaniel.com
El
árbol de Samuel nos reta a encontrarnos con nosotros mismos, y a modo
de aventura hace que poco a poco se corra el velo que cubre nuestros
ojos, permitiéndonos así modificar la realidad de nuestra existencia, alcanzando la otra orilla de nuestro propio Yo.
Con
esta obra los lectores se encontrarán con el lado recóndito de ellos
mismos, haciendo de ella un itinerario que nos llevará a descubrir el
verdadero sentido de la vida. El misterio bullirá sin cesar,
atrapándonos, transportándonos hacia lo más profundo de nuestra
conciencia.
A
veces nos preguntamos por qué vivimos sumidos en conflictos que parecen
no tener fin, y que nos mantienen frustrados y confundidos.
Preguntas,
y enseñanzas son abordadas en este libro y nos permitirá salir unos
momentos del mundo sobrecargado e introducirnos en el silencio del
interior a través de una gran perseverancia y sabiduría, hasta hacernos
fluir en nuevas sensaciones.
El
árbol de Samuel es sencillamente un reencuentro con nuestro ser. Nos
ayudará a encontrar nuestra verdad y ayudar a otras personas a encontrar
su propia Verdad.
LA AUTORA:
María del Carmen Criado Yagüe, (Málaga 1963).
Es
Profesora de Educación Especial, poeta, escritora, bailarina de Danza
Oriental y una gran variedad de enseñanzas dentro de las denominadas
Terapias Alternativas
Desde hace 26 años reside en la localidad de Coín. Aunque son muchas y muy variadas las actividades que lleva a cabo en su vida diaria lo que realmente le apasiona es su actividad literaria, la cual comenzó hace mucho.
Ha
escrito en algunas ocasiones artículos, no solo de carácter literario,
sino también de actualidad para varias revistas y periódicos, como
también en algunos espacios de literatura a través de Internet.
Desde su época del Instituto hasta este momento, ha escrito poesía, relato corto y novela.
Ha
ganado algunos premios en poesía y le han publicado varios poemas,
entre ellos “Dulce espera” publicada por la editorial Centro poético. El poemario “ Mi Inspiración eres tú” Editorial Diedycul y la novela “Alma de payaso” Editorial ECU.
EXTRACTO DE LA OBRA:
Cuando el amanecer baña su rostro con los primeros rayos, Samuel tiene un
instante tan especialmente bello, que lo reconoce como único, y da
gracias al Universo por el privilegio de estar viviéndolo. Se regocija
cada mañana en este lecho dorado, como hábito que da la bienvenida a su
nuevo día, adivinando a través de ello los secretos más ocultos, notando
como despierta algo dentro de él, y a veces, quizás con demasiada
frecuencia, se queda embelesado mirando a lo lejos, al otro lado del
cielo, agudizando los sentidos para que le permitan intuir en lo que ve
alguna historia. Evapora su ser contemplando la energía que del sol se desprende en su armónico girar, quedando absorto al descubrir la majestuosidad de lo no habitual.
Hay
muchas personas que no entienden que él no necesite viajar, que siempre
haya permanecido en el pueblo, y es que este aire que inhala, es su
viaje favorito. Para Samuel esto es la divinidad sin forma, envuelta en
las enseñanzas de la vida que lo trasladan a un laberinto de aromas,
suspendiéndolo en el no tiempo.
Aún
persisten en su piel las agradables sensaciones, y guarda en su archivo
interno los recuerdos antiguos con una lucidez, con una claridad tan
grande, que en estos momentos le parece estar allí, donde ocurrieron los
hechos, y se estremece junto al anhelo vehemente de todo lo vivido.
Después de tanto tiempo llega a su memoria aquel día en el que su padre lo llevó por primera vez de excursión.
Desgranaban
los primeros días de primavera. Paseaban por el campo plácidamente,
padre e hijo, conversando bajo el cielo azul, el verde del bosque y lo
frondoso de los árboles, Samuel se sentía feliz de caminar junto a su padre contemplando todo aquello.
—Samuel
te voy a mostrar algo, pero antes debes prometerme que lo que vas a ver
será un secreto entre tú y yo, debes prometérmelo sin dudar. —Le dijo.
—Sí papá, te lo prometo. —Contestó convencido e intrigado.
Samuel era un chico de casi catorce años moreno, no muy alto, delgado y de rasgos profundos y exóticos.
Se sentía muy unido a su padre, su madre murió al nacer él y fue su padre quien lo cuidó, crió, y le dio todo su amor, aunque a pesar de todo ello Samuel pensaba mucho en su madre y
por las noches pasaba largos momentos mirando el cielo para ver si la
encontraba bajo alguna estrella fugaz, al tiempo que le contaba todo lo
que le ocurría; si estaba triste o alegre, cuando se enfadaba con su
amigo, cuando leía algún libro etc. Compartía con ella todos sus
momentos, porque de lo que sí estaba seguro era de que en cualquier
lugar donde se encontrara, lo escuchaba, aunque no
pudiera verla, él sentía que lo oía, pero aunque estaba seguro de ello,
a veces lloraba por no saber cómo era su rostro, por no tenerla cerca,
por no poder sentir sus besos, tan solo respiraba su aroma, aunque pueda
parecer extraño, esto sí era algo que recordaba.
Samuel y su padre, vivían en una pequeña casa de un pueblo en pleno campo apartado de la ciudad. Era un pueblo bastante tranquilo y pacifico.
Junto a la iglesia, situada en
la plaza, se encontraba su casa y justo a unos pocos metros había una
antigua biblioteca, con unos libros antiquísimos que era donde
Anastasio, el padre de Samuel, trabajaba desde siempre. Así que se puede decir que creció junto a su padre y entre libros, enormes cantidades de libros, dispuestos en grandes estanterías que llegaban al techo.
Anastasio disfrutaba con su trabajo, lo hacía con tanta pasión
que decía que eso no era trabajar, siempre fue un buscador del sentido
de la vida. Los libros según él, le ayudaban en su búsqueda, adoraba sus
historias y su oculta sabiduría, aunque su hijo siempre pensó que los
libros eran la medicina que curaban su vacío, un rumor perpetuo que se
escurría por su valle interior, cubriéndolo en un danzar pensativo que
lo mantenían ocupado.
Siempre tuvo esta inclinación a buscar, cuando Samuel era un niño muchas veces se preguntaba, qué era lo que su padre buscaba con tanto empeño.
Fue creciendo junto a esta inquietante búsqueda. Primero su padre, y después él.
Su existencia seguía fluyendo, un tanto dudosa, acerca del verdadero sentido de la vida.
Algunas
de estas dudas, conforme iba creciendo, fueron tomando distintos
caminos y él, un buscador como su padre, buscó ilusionado en cada
rincón, en cada amanecer, en cada susurro de viento, atravesando el
tiempo y el espacio para unirse mas allá de su imaginación, junto a ese
mundo con el que siempre soñaba estando despierto, porque la felicidad
espera a aquellos que sueñan, solo hace falta entregarse a esa nueva
ilusión no poniendo límites a las sensaciones.
Las experiencias, a medida que se fueron manifestando, hicieron que Samuel fuese descubriendo otros aspectos de él, un tesoro de incalculable valor donde todo se conjuga, para que pueda colocar una pieza más de su mágico puzzle.
Hoy, sólo intenta cultivar el sosiego interior, porque a veces también se siente frustrado y confundido ante muchas cosas; y es que aún no ha logrado trazar entre la vida y él, un canal que lo haga insensible; quizás ese amor por los libros era porque lo trasladaba
a otro lugar, donde podía dar vida al mundo que deseaba, el mundo
perfecto. Detrás de cada historia se encontraba, defendiendo a capa y
espada sus ideales, que no era más que crear un mundo mejor, en el que
todos viviéramos en armonía.
La biblioteca
le fascinaba, todo aquello le parecía como de cuentos, le encantaba ese
lugar lleno de polvo, incluso de telarañas que la hacía más
misteriosa, repleta de amigos invisibles de todas las épocas y de todos
los lugares del mundo, no tenía que viajar, ni añoraba hacerlo; porque
aquello se convirtió en su gran viaje, un viaje que hacía a diario con
verdadera pasión.
Samuel,
y su padre Anastasio, siguieron caminando bajo las sombras de los
árboles, estos cada vez eran más y más numerosos, algunos formaban una
especie de cueva en la que se tenían que agachar para poder pasar al
otro lado.
Anastasio
ya estaba mayor, casi parecía un abuelito y se daba con las ramas
porque la mayoría no las veía, él se reía y Samuel también.
Entraron en una
zona que estaba en tinieblas, aquello era espectacular, los árboles
languidecían como si fueran lianas, serenos, como dibujando el camino.
Se balanceaban con la brisa levantada indicando hacia la derecha y hasta
allí se dirigieron, pasando por algunas manchas dispersas de flores,
que se desperezaban emergiendo con su disfraz multicolor en tonos
pastel.
Llegaron
a una gran cortina hecha por dos enormes sauces llorones, la
atravesaron como si fuera una puerta que llevaba a otra dimensión
desconocida.
Samuel siguió a
su padre a través de aquel camino angosto, la claridad del amanecer
cada vez se perdía más, y ya apenas se vislumbraban algunos rayos, que como lanzas sesgadas y luminosas se filtraban entre los árboles pasando de largo, sin llegar a rozar el suelo.
Finalmente, Anastasio se detuvo frente a un montón de piedras llenas
de musgo por la humedad, junto a ellas había un gran árbol. Su silueta
era como una imagen fantasmagórica sacada de los libros de terror y
ficción, sus múltiples brazos se dibujaban con trazo irregular bajo una
cabellera de hojas muertas, sobre piedras humedecidas y verdosas con
tacto aterciopelado y brillante.
—Samuel, lo que vas a ver hoy no se lo puedes contar a nadie, ni a tus amigos.
—Sí papá, sí.
—Debes prometérmelo —Insistió.
—Te lo prometo —Contestó Samuel con voz cansada, por la insistencia de su padre.
—Buenos días. Este es mi hijo Samuel —Anunció Anastasio.
Samuel miraba a su alrededor preguntándose a quién le hablaba.
—Algún
día él tendrá que iniciarse, así que pensé que ya tiene edad para
conocer este lugar, y usted dirá cuando está preparado para comenzar el
viaje.
Samuel seguía observando preguntándose.
—Pero
si sólo estamos él y yo ¿a quién le habla, a quién van dirigidas las
palabras de mi padre? .Habrá perdido la cabeza con tanto leer las
historias de los libros o de llevar solo tantos años.
Y de pronto… Un murmullo se aproxima con lentitud, pasan unos segundos, sus ojos permanecen en estado catatónico.
El árbol, por la parte derecha de su tronco abre una entrada y con un leve asentimiento de sus hojas, como un brazo balanceándose hacia dentro y fuera, les invita a pasar.
—¡Papá mira, papá! —Gritaba el chico exaltado.
Anastasio se puso un dedo en los labios, indicándole a su hijo que debía guardar silencio.
Una
penumbra azulada salpicada de tonos amarillentos verdosos con olor a
cerrado lo cubría todo, siguieron un pasillo de tierra con zonas
embarradas por la gran humedad emergida del suelo, junto a paredes
llenas de musgo resbaloso y raíces, algunas cuajadas de verdes hojas,
otras tan solo raíces entrelazadas totalmente desnudas, que se perdían
en la inmensidad del interior del árbol, como si se arrastraran buscando
un cálido abrazo. Llegaron a un círculo oscuro, yacía
bajo una especie de enorme ojo que coronaba el árbol acuchillado por
haces de luz que pendían desde lo alto atravesándolo y dando algo de
claridad al círculo, como antorchas brillando y titilando en el cielo
nocturno.
Había pequeñas cuevas en torno a él, como cuencos de forma irregular por los que se vislumbraban túneles, indicando viajes infinitos a través de ellos.
Samuel
miró a su padre boquiabierto, mientras daba vueltas por el entorno para
que su vista no perdiera detalle alguno. Él le sonrió, guiñándole un
ojo.
El misterio de todo aquello bullía sin cesar, atrapándolo en un murmullo de pronto interrumpido.
—¡Samuel bienvenido al árbol de la sabiduría!— Anunció una voz que no sé sabe de dónde salía, del corazón de árbol se imaginó.
—Este lugar es mágico Samuel, es el alma de la vida —Dijo su padre, con voz suave.
—¿Crees que vas a poder guardar este secreto?
Su mirada se perdió en la inmensidad de aquel lugar, en su luz sobrecogedora y misteriosa. Asintió y su padre sonrió.
— ¿Y sabes lo mejor?
Samuel negó con la cabeza guardando un silencio sepulcral.
—Que aquí seguro que algún día podrás incluso ver a mamá.
Se puso tan nervioso al oír aquello que
comenzó a dar vueltas sintiendo el tacto de sus raíces, por toda la
magia que lo envolvía, sin saber aún qué era todo aquello, pero feliz se
transportó a lo más profundo de su conciencia.
De
pronto llegó a su mente, sacándolo del estado en el que se encontraba,
que aquello, lo que le estaba ocurriendo, era algo fantástico que
parecía estar soñándolo. Era como tener el universo en sus manos, al
menos así se sentía; como si estuviera en otro mundo, no podía ni
imaginar que al salir de allí, fuera de aquellas raíces hubiese mundo,
civilización. El destino; su destino sin duda alguna le había regalado
el más grande regalo, que asomaba por aquellas cuevas y casi podía
traducir su silencio en cuentos fantásticos, en mensajes que ardían
dentro de su corazón entusiasmado, jamás hubiese imaginado algo
parecido, ni siquiera en los libros de la biblioteca, aquello escapaba a
toda lógica, a todo cuento, a toda fantasía y por supuesto a toda
realidad.
En ese momento el árbol habló.
—Me
parece muy bien que traigas a tu hijo, amigo Anastasio. La infancia es
la época más mágica de la vida. Es considerada la creación más bella
porque enriquece el alma en su totalidad con todo su vigor y alegría.
El
niño es un buscador muy especial, actúa abiertamente, viviendo en cada
momento una realidad totalmente espontánea, por eso siempre encuentra
sin necesidad de iniciar búsqueda alguna.
En su recorrido, la velocidad del tiempo no cuenta, se vive el instante, el momento presente, libre y despreocupado.
Este,
amigo mío, es un camino que va directo, sin embargo al crecer se
establecen normas que hacen que os apartéis de él, comenzáis a coger
otros caminos, y dejáis de ser tan auténticos
para que los atajos escogidos os lleven a tener más y más poder, una
frenética carrera que hace brotar la envidia, el orgullo, la vanidad, la
hipocresía, etc.
Unas
reglas de risa que dan pena, un patético ejercicio de la vida éste, que
os hace moveros por inercia, con el corazón frío y distante.
Estaba
sumido en sus pensamientos escuchando al árbol cuando una nube de
pequeñas estrellas doradas le rodeó y su padre le dijo que el momento de
marcharse había llegado, con una sonrisa se despidió, y entre el
hechizo de la atmósfera caminaron hacia la puerta.
En el camino de vuelta, su padre le decía que de vez en cuando irían al árbol para que lo impregnara de su sabiduría, él lo acompañará hasta que deje esta vida, después tendrá que seguir solo.
Paseaban y su padre hablaba
y hablaba, mientras, por la acera de la mente de Samuel discurrían mil
preguntas, se sentía desconfiado y miedoso, pero no dijo nada, no sabía
hasta que punto quería vivir ese tipo de experiencias, que al parecer
cambiarían su vida.
—¿De qué se trataría ese viaje, porqué tenía que adquirir sabiduría? —Se preguntaba.
Su padre seguía hablando, mientras Samuel permanecía con su diálogo interno.
—Que
misterioso es todo esto. En qué se supone que tengo que ejercitarme.
Pero si no tengo nada que aprender, soy feliz, sonrío constantemente,
juego con mis amigos, aprendo en el colegio, algo que me gusta mucho
aprender, y además los libros de la biblioteca, que me proporcionan una nave espacial de sueños, en la que me doy un paseo cuando quiero, viviendo aventuras sin límites.
De
acuerdo, a veces, no todo es fantasía, no siempre luce la alegría,
también de vez en cuando hay tormenta; me enfado, lloro y lo paso mal,
pero cuando esto sucede llamo a mi compañera de fatigas la tortuga
Amelia, en la que me protejo hasta que sale el sol —Se decía.
A
Amelia la sacó de un libro, desde entonces siempre lo acompaña, es una
tortuga que a menudo viaja por su mente con juegos de palabras, que hacen volar su imaginación hasta hacerle comprender.
Su
amiga tortuga tenía muchos años, según le dijo ella un día que le
preguntó, aunque él ya lo intuía porque era muy sabia y parte de esa
gran sabiduría es dada por los años, su padre siempre le dice que escuche a la gente mayor, que así aprenderá mucho porque ellos tienen más años y han vivido más experiencias.
Sus
pupilas debían de tener un matiz un tanto ido porque su padre se dio
cuenta de que no estaba escuchando, alcanzando su desconcierto y refunfuñar le dijo, parándose junto a un chopo mecido por la brisa levantada.
—Samuel debes seguir el río de la vida y que ascienda por ti hasta fluir en nuevas sensaciones.
La vida es cambio constante, con espíritu aventurero
tenemos que vivir las experiencias que nos toque en cada momento, esta
es la razón que cada día te dará fuerzas para seguir adelante, porque
cuando las hayas vivido, el análisis de tus experiencias te llevará a un
mayor conocimiento de tu propio ser.
Samuel lo miró a los ojos y le dijo:
—Papá, entiendo lo que me dices pero he de confesarte que a
veces tengo miedo de caminar, entonces quisiera retroceder y quedarme
donde estaba pero tampoco puedo, me siento como un cobarde que no quiere
enfrentarse a la situación que aparece en ese momento.
Lleno
de dudas y desasosiego intento cambiar los pensamientos, rebusco y
rebusco en mi cabeza, intentando encontrar otros que me convenzan,
dándome valor y confianza, entonces hago como un juego que me inventé,
pienso que no soy yo, doy vida a un personaje que haga de mí y lo
observo desde fuera, pero incluso así me cuesta mucho superar las
barreras del miedo y no sé qué hacer.
—Samuel no debes luchar tanto contra ti mismo, renuncia a tanta lucha
y déjate fluir, verás que cuando seas capaz de eliminar el miedo y
enfrentarte a las cosas, como todo será mucho más fácil.
Las experiencias son las que te darán un mayor conocimiento.
Le dio la dosis justa para que el rumor de sus dudas desviara su rumbo y aceptara las enseñanzas del árbol.
Su elección fue someterse al
desafío de vivir aquellas experiencias que forjarían su persona.
Descubrir las respuestas a sus incógnitas, trazando un pasaje de buenos
pensamientos y acciones en este mundo tan desgastado y viciado, un mundo emocionalmente delirante que necesitaba urgentemente restaurar los valores perdidos.
El
árbol relataba la historia del ser en busca de su existencia, una
búsqueda que se transforma a menudo en algo absurdo, luchando siempre en
una batalla perdida, en la que se camina hacia atrás en vez de hacia
delante, los minutos y las horas se deslizan con muy poco provecho y la
vida se convierte en una odisea sin descanso que se recorre jadeando,
porque en muchos momentos falta el aliento para continuar.
Horas más tarde, en su cama, Samuel se sentía atrapado en todo lo que había experimentado, apenas advirtió las campanadas de media noche de la iglesia.
El mar de sus pensamientos se agitaba salvajemente, junto al sonido de las olas oscuras que lo atrapaban.
Enterrado
en la luz que proyectan las estrellas, se sumerge en un mundo de
fantasía, sensaciones, e imágenes como jamás había conocido.
Se le aparecían caras tan reales como el aire que respiraba, o como los luceros que estaba contemplando; ojos acuosos, otros pequeños, profundos y verdes lo observaban, como luces parpadeantes golpeaban sus pupilas.
Ensimismado en todo esto, se fue deslizando hacia la fantasía, la aventura, el misterio, como en espiral lo iba absorbiendo sin poder frenarlo, ni quería hacerlo, deseaba que todo aquello lo envolviera.
Sin
darse cuenta los primeros rayos le cegaron, al estrellarse el fogonazo
en sus ojos cayó rendido, escuchando como resbalaban las gotas del
tejado, dejadas por la humedad de la noche.
Definitivamente aquello lo marcó, aquel árbol se esculpió en su alma y lo acompañaría toda la vida.
Al despertar se levantó anhelante, preguntándose qué estaba sucediendo. Le costó entender la sensación extraordinaria en la que se hallaba, causada por lo mágico del destino. Aún era un niño, pero con una madurez mayor a la de muchos adultos.
Prometió
no revelar a nadie su fantástico secreto, sin embargo lo primero que
deseaba esa mañana era decir a voces su descubrimiento, subir al
campanario y tocar fuertemente la campana para que todos acudieran a
escuchar su historia.
Sobre
todo a su mejor amigo David, a él también le gustaba todo lo
fantástico, siempre estaba buscando tesoros e inventando cosas, que no
servían para nada, pero se divertían y se reían muchísimo, lo que más
resaltaba de David era su risa; se reía de una forma muy peculiar. Él,
al igual que Samuel era un niño delicado y sensible, amante de los
libros y la música. Adoraba la paz y la tranquilidad, perderse en la
inmensidad del bosque y disfrutar de la soledad que siempre le
acompañaba. La familia de David vivía
de su producción de cebollas, lechugas, patatas y ajos. Era una familia
grande, donde se ayudaban los unos a los otros .David siempre que podía
hablaba de su abuela, con ella aprendió a conocer las estrellas, a
ponerles nombre a cada una. Según su brillo así las apodaba, con nombres
un poco extraños para ser estrellas, puesto que utilizaba nombres de
flores, como por ejemplo: Azahar, Amapola, Lirio o Nardo.
David
decía que las estrellas, al igual que las flores, tenían un lenguaje
propio y que cada una podían transmitirnos un mensaje diferente y que
cuando decenas de esas imágenes fugaces iban y venían en torno a él,
símbolos extraños se plasmaban en su mente, para después, en una
combinación de palabras, transformarse en mensajes que le inspiraban a
soñar, que era con lo que más disfrutaba.
Así
que Samuel se imaginaba la cara que pondría si le contara su secreto,
pero tenía que mantenerse fiel a su promesa, un secreto no se puede
decir, así que tragó toda esa emoción, toda la algarabía que sentía
dentro de sí para mantenerse fiel a su promesa.
Cuando llegó su padre le preguntó entusiasmado si irían al árbol.
—Sí Samuel, esta tarde iremos de nuevo.
—¿A qué hora papá?
—A las cuatro —Contestó.
Y hasta esa hora vivió adherido al reloj.
—Padre son las cuatro —Dijo emocionado.
—De acuerdo, pues en marcha.
Fueron charlando bajo el cielo pálido, la brisa fresca y agradable que soplaba suave y delicada.
Llevaban largo rato caminando cuando de pronto la
atmósfera se transformó por completo. Las copas de los árboles eran más
verdes que en ninguna otra parte, los pájaros trinaban más
armoniosamente que nunca, las flores en cada soplo de brisa, eran un
estallido de color en movimiento. Una energía con aroma a lirios
silvestres comenzó a devorar lentamente las palabras, aunque no para
Samuel que intentaba afanosamente que su padre le contara cosas acerca
del árbol, por ejemplo cómo lo descubrió, pero Anastasio hacía como que
no lo escuchaba, ensimismado en todo el entorno.
—Mira
Samuel, observa la maravilla de la naturaleza, esta energía que emana
al ritmo del Cosmos, toda ella es el instrumento más motivador para
apreciar la vida.
—Sí papá, es todo tan hermoso y ofrece tanta paz.
—Cuando existe serenidad, hijo, el conflicto desaparece y una vez más se demuestra que el conflicto está en nosotros.
—Papá,
cuando estamos en contacto con la naturaleza nos sentimos como si
nuestro cuerpo no tuviera materia, parece como si el vapor verde nos
anestesiara.
—Ja, ja, ja, ja, ja— Ambos soltaron sus risas llenas plenitud y ausente de necesidades
—La
humanidad, Samuel, sigue atada a instintos primarios que les impide
poder contemplar la vida en términos exclusivamente de poder, así que se
deja poco espacio a planteamientos metafísicos y por supuesto para
salir unos momentos del mundo sobrecargado e introducirse en el silencio
del interior a través de todo esto.
La sinfonía de toda esta belleza de inmediato lo armonizó, alejando de su mente las preguntas.
Esto
provocó en Samuel que junto a su padre, se impregnara de todo el aroma
verde que penetraba en su ser uniéndose a su esencia.
Cuando estuvieron cerca, la conversación lentamente se fue desvaneciendo, las nubes habían resbalado del cielo y los caminos yacían sumergidos bajo una laguna de neblina blanquecina con franjas grisáceas.
De
pronto el silencio sepulcral se rompió con un estruendo. Del espacio
surgió un haz de luz blanca, que en décimas de segundo cruzó el cielo y
se posó encima de sus cabezas. El rayo brilló, cegándolos durante unos
momentos, después empezó a perder gradualmente su fuerza, hasta que se
pudo distinguir en su interior una silueta, la silueta del árbol
esperando su llegada.
—Aún está ahí— Decía Samuel, maravillado.
—Ja, ja, ja— Claro hijo ¿qué pensabas, que lo habías soñado? En ese caso, yo también estaría soñando
—Ja, ja, ja, ja —Volvieron a reir.
Ascendieron por la escalinata de piedras y se deslizaron en silencio hasta la entrada.
Al eco de sus pasos la atmósfera volvió a cambiar repentinamente. Durante varios segundos, Samuel estuvo como ajeno a su presencia, al poco se abandonó totalmente.
—¿Qué edad tienes? —Preguntó el árbol.
—Casi
catorce años —Respondió Samuel de manera impulsiva con las manos
metidas en los bolsillos del pantalón, dando a entender que era mayor.
—¿Y usted?—.
El árbol rió a carcajadas.
Temiendo meter la pata, el chico se limitó a permanecer sentado en silencio.
—Anda, acércate— Dijo el árbol.
Samuel se incorporó del suelo y dio unos cuantos pasos con la máxima lentitud.
—Acércate sin miedo, que no te voy a comer.
—¿Dónde? —Preguntó desorientado.
—Al centro —Contestó el árbol.
Se
colocó en el centro permaneciendo inmóvil, casi sin atreverse a
respirar. Estaba bastante inquieto debido a la atonía vital que de
pronto lo atravesó en un lapso de tiempo que a él le pareció eterno.
Sentía un roce como de manos en la frente, en el pelo y en los
párpados. Tragó saliva, notando que el pulso se le lanzaba.
Al
cabo de un rato de perplejidad miró a su padre. Anastasio desde el
principio sabía lo que iba a pasar y por ello permaneció junto a él pero como en estado de meditación, estaba tranquilo y eso ayudó a Samuel a estarlo también.
El
árbol pronunciaba algunas palabras que no se entendía muy bien, su
idioma era como un eco, retumbaba tan fuerte que todo vibraba. Como si
se tratase de un terremoto, el suelo se movía bajo los pies del muchacho balanceándolo,
estaba a punto de gritar aterrorizado, cuando el eco fue apagándose
lentamente y todo volvió a estar sereno. Más claramente y con suavidad
el árbol comenzó a explicarle algo sobre eso que él consideraba cuevas o
túneles.
—Samuel,
esto que ves en torno a ti son mis siete vientres, siete, como los
siete días de la semana, las siete notas musicales, los siete colores
del arco iris y otros muchos sietes que rodean al Universo, en cada uno
he fecundado una experiencia que tú tendrás que vivir para aprender de
todas y cada una de estas vivencias.
—Vientres, a mí me parecen cuevas —Pensó.
—Pues llámale cuevas, ja ja ja ja —Dijo el árbol.
Samuel estaba desconcertado.
—Podía saber lo que pensaba, leía la mente, tendré que tener mucho cuidado con mis pensamientos— Se decía.
Aunque
sus palabras y la suavidad con que eran emitidas lo tranquilizaron; de
repente sintió algo curioso, le pareció que aquello ya lo había vivido
antes. Esa sensación lo retuvo un instante intentando atisbar algo que
le diera una pista de dónde se encontraba. Su padre lo miró admirado,
mientras Samuel permanecía ensimismado contemplando las curiosas cuevas rodeadas por una densa colonia de musgo, un paisaje místico que estimula sus sentidos alcanzando la belleza suprema.
La
tarde comienza a despojarse silenciosamente de sus luces, dejando que
la noche se imponga lentamente, como una mancha dispersa en un papel
rojizo. Sobre el cielo comienza a recortarse la silueta de la luna cuando salen de nuevo del árbol. El fresco aliento que emana del lugar acaricia sus cuerpos. Anastasio coloca su mano en la espalda de su hijo reconfortándolo.
—Mañana
hijo nos levantaremos como cada día, con nuestro hermoso sol
saludándonos, pero tú lo contemplarás de forma diferente a como lo has
hecho hasta ahora, porque ya has descubierto que el mundo tiene algo más
que ofrecer.
—Estoy deseando descubrir todos esos regalos del Cosmos
—Tranquilo
hijo, todo a su debido tiempo, cada cosa tiene su momento, por ello no
hay que forzar, sino esperar a que el momento acontezca.
—Sí papá, yo espero, yo sé esperar.
Anastasio
sonrió sabiendo lo que le costaba a Samuel esperar, era muy impaciente e
impulsivo pero se le veía convencido de que esto iba a cambiar y
Anastasio confiaba en que así fuera
—En
esta andadura exploramos distintos caminos que nos ayudan en nuestra
transformación, pero todos nos conducen a lo mismo, a una búsqueda
espiritual que no es más que el encuentro con uno mismo, no lo olvides hijo, ese es el mayor regalo, encontrarse a sí mismo.
Al llegar a su casa se disponen para cenar.
Samuel
colocaba el mantel mientras su padre destapaba la olla para sacar la
sopa. Cuando lleva los tazones a la mesa, se sientan uno frente al otro y
en silencio comienzan a tomar el caldo caliente que los reconforta de
la caminata y del aire fresco que se había levantado.
—Esta noche tienes aire pensativo— Dijo su padre, buscando la conversación.
—¿Te preocupa algo, Samuel?
—No, sólo pensaba.
—¿En qué?
—En el árbol.
En
qué iba a pensar, no podía pensar en otra cosa, el árbol ocupaba la
totalidad de sus pensamientos, le inquietaba y le fascinaba al mismo
tiempo.
Su
padre entornó la mirada, como si buscase algo en el aire, palabras,
silencios, o quizás a su esposa, no se sabe, pero estaba raro.
Sus pupilas se encontraron brevemente. Al terminar, Anastasio se levantó.
—Samuel me voy a la cama que mañana tengo que levantarme temprano para ordenar algunos libros.
—Sí papá, vete a descansar, yo también lo haré, pero antes recogeré la mesa.
Dio las buenas noches a su hijo y se refugió en su alcoba.
Obviamente
él quería que lo que tuviera que descubrir, lo descubriera a su tiempo,
por ello no quiso iniciar ninguna conversación sobre el árbol durante
la cena.
La
magia de la vida, languidece entre cúmulos de incomprensión, pero aún
algo sobrevive entre los escombros, abriéndose camino ante el desamparo,
y eso es lo que voy a descubrir —Se decía.
Samuel exhaló un suspiro taciturno que lo estremeció en esta eterna ausencia, retiró los platos, apagó la luz y se marchó también a su habitación, no tenía sueño, se asomó a la ventana a observar la noche, que le daba el sueño que necesitaba, el de olvido total.
Formas
y sombras cruzan el débil rayo de luz que esa noche emitía la luna,
parecía una blanca aguja con destellos plateados enhebrada por el cielo.
Samuel se enroscó al hilo azul y despegó disolviéndose por el espacio.
Estaba tan cansado que ni siquiera interrogó a las estrellas, como otras veces lo había hecho.
Se
tendió en el firmamento, satisfecho de ser lo que es, y se arropó con
las alas de las nubes que le susurraban acariciando sus cabellos.
—Todo está bien, todo es como tiene que ser, descansa ahora.
Cuando
el anochecer muestra su hermosura todo es mágico, hay una tenue luz de
purpurina azulada que hace que todo cambie de forma.
En el limbo de su inocencia, Samuel se halla entre dos mundos, pero ahora no desea pensar, solo deslizarse
libre, junto a la balada armoniosa de las criaturas nocturnas, que
danzan emitiendo un suave resplandor que le hace elevarse aún más lejos,
hasta encontrarse en el país de los sueños.
Sus
labios de mariposa solo buscan volar sobre esta llanura, escuchando la
mágica voz etérea del viento, solo desea eso, ser viajante de ese mundo
donde sus sentidos inmóviles esperan detrás de la puerta, sin pestañear,
respirando hondo, en silencio.
Y
como un árbol taladrado, continúa así, en su rincón, jugando con las
estrellas, buscando algo más que un simple existir, con una mente
repleta de sueños, de ilusiones, de llantos, sonrisas, pero sobre todo
de esperanzas, esperanzas de poder crear un mundo donde poder jugar,
amar y ser amado.
Corazones que estén vivos y labios que sean capaces de coordinarse con la voz y articular palabras que sientan de verdad.
Crear un mundo de colores en el que se pueda construir algo distinto y sincero, gratificante y alentador.
¿Acaso sueño? y si es así ¿qué hay de malo en ello?
Me gusta ausentarme en mi sueño y ver cómo pasan las horas en esta ilusión constante.